Los miedos nos coartan, pero al tiempo nos protegen, y permiten nuestra supervivencia. Generalmente tienen un motivo de ser, por eso, si no metemos las manos en el fuego, es por miedo a volver a sentir el dolor de la quemadura que nos hicimos la primera vez. Y así se evita que nos quememos la piel al buscar calor frente a una chimenea, por ejemplo.
Lo mismo sucede con muchas otras cosas en la vida, aunque a veces nos cuesta un poco más entenderlas, o incluso racionalmente consideramos que el mecanismo de defensa de nuestro cuerpo está equivocado. Y es cuando nos toca perder el miedo. como las primeras veces que montamos en bicicleta, que tenemos muchísimo miedo de caernos (y nos caemos), pero denegamos ese mecanismo de defensa, porque sabemos que está equivocado, y que en cuanto que aprendamos a manejar un poco mejor la bici no nos caeremos.
Esto mismo sucede con sentimientos más complejos como puede ser el amor, la confianza, la amistad...
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